El cuadro de Ramón Pichot representa un desnudo femenino con una notable influencia postimpresionista. La figura central es una mujer joven, de cabello oscuro y rasgos delicados, que posa recostada sobre un diván decorado con telas ricamente coloreadas. Su mirada, serena pero con un leve atisbo de melancolía o introspección, establece una conexión sutil con el espectador. Su postura, relajada y natural, sugiere confianza y entrega, mientras que la calidez de la iluminación envuelve su cuerpo en una atmósfera íntima y acogedora.
Pichot emplea una pincelada suelta y expresiva, lo que se traduce en una textura vibrante y dinámica. Los tonos predominantes en la composición incluyen una gama de rosados, anaranjados y ocres, que no solo resaltan la suavidad de la piel de la modelo, sino que también crean una armonía cromática con el fondo. Este último se presenta de manera abstracta y difusa, sugiriendo una estancia cálida donde los colores se funden en una especie de nebulosa impresionista.
El tratamiento de la luz es otro aspecto relevante en la obra. Pichot utiliza reflejos y matices para modelar el cuerpo femenino sin recurrir a un dibujo rígido o definido. La luz parece emanar de un punto lateral, iluminando suavemente la piel y generando sombras difuminadas que refuerzan la sensación de volumen.
En este trabajo, Pichot combina la influencia impresionista con un enfoque sensual y expresivo, consiguiendo un equilibrio entre el realismo y la evocación emocional. Su representación del desnudo femenino no es meramente académica, sino que transmite una sensación de cercanía y humanidad, alejándose de la idealización para capturar la esencia de la modelo en un momento de intimidad y quietud.